Un ambiente de división y quizá de confusión vive nuestro querido país desde hace ya mucho tiempo. Esto se hizo evidente alrededor de la campaña política que recién finalizó y tras la cual, desde la Conferencia Episcopal de Costa Rica, los obispos hicimos un llamado, una vez elegido el Presidente, para que “nuestra querida Madre, Reina de Los Ángeles, nos conduzca a todos por el camino de la comunión con su Hijo Resucitado y entre nosotros como hermanos, superando toda división y resentimiento”. También manifestamos y exhortamos “nuestra total disponibilidad en la construcción del Bien Común, en la integralidad de lo que este concepto contiene”.
Por bien común, la Iglesia Católica entiende “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia realización. El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad” (Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 1906). Además, este bien común supone tres elementos esenciales como lo dice el Catecismo: el respeto por la persona humana, el bienestar social y el desarrollo y la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo.
En orden al bien común es que la Iglesia puede “en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de los tiempos y de las situaciones” (Gaudium et spes, 76).
Sin respeto por la persona humana no cabe predicación. Si no se busca el bienestar social, el desarrollo y la paz, la Iglesia deja de ser tal y dejaría de cumplir su misión. Y por eso, con insistencia, en esta libertad de acción, es que me he referido sobre el peligro de caer en un Estado laicista, que quiera dejar atrás a Dios y la vivencia de la fe de los creyentes.
Es doloroso ver la división del país, incluso, la división de hermanos que comparten una misma fe, de hermanos dentro de la Iglesia Católica. Es lamentable ver la manera cómo las redes sociales se convierten en escenario de guerra, por medio de la difamación y la falta de respeto al otro que es mi hermano. Pero, en la Iglesia proponemos el Evangelio, como lo hizo Jesucristo. El Señor predicó conforme a la verdad, pero a nadie obligó a seguirle, pues esta acción es el ejercicio del libre albedrío que nos da Dios.
Y la división no es sólo por conceptos, no es sólo en redes sociales, la división la vemos, como lo he señalado, en el rostro de hermanos más desfavorecidos de nuestra sociedad que viven pobremente. La desigualdad en nuestro país es un escándalo. Más de la quinta parte de Costa Rica vive en pobreza. Y esas divisiones de clase son también nuestra tarea y preocupación. Como en otro momento dije, la acción de la Iglesia es abundante en este campo, pero en la búsqueda de una sociedad más humana, y en la búsqueda del bien común, todo el país debe unirse.
Incluso, un signo más de división se ve en ocasiones en esta época de Mundial, alrededor del fútbol, alrededor de nuestra Selección. Si el resultado no gusta, la descalificación y el ensañamiento es letal, también contra el otro, contra nuestro hermano. Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo, “una familia dividida no puede subsistir” (San Marcos 3, 25).
Volvamos nuestra mirada a Dios, con respeto tratemos al hermano, somos una sola familia en Costa Rica, con nuestras diferencias y con nuestras virtudes. La Iglesia en su misión siempre buscará el bien común en beneficio de todos.