En la alegría propia de la vida cristiana, y mirando con regocijo la presencia viva del Señor, con especial afecto deseo para todos ¡FelicesPascuas de Resurrección!
Nuestra fe, ciertamente no se limita al aprendizaje o repetición de una serie de ideas o postulados, sino que tiene su fundamento en el acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad: Jesucristo el Señor, quien habiendo muerto en manos de los hombres ha resucitado.
Con total certeza afirma san Pedro, “Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él, de antemano había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos”. (Hech. 10, 40-41).
Cada vez que celebramos la Resurrección del Señor, hemos de afianzarnos en nuestra fe, para no dejar penetrar en nuestra mente, ideas que puedan hacernos perder de vista que no se trata de una fantasía o invento de los apóstoles, sino de la realidad que nos anima, a seguir luchando por los valores permanentes, que mueven a toda persona hacia la realización plena de su vida.
Nos llenamos así de mucha esperanza al reconocer lo bondadoso que es el Señor, que hace posible una realidad totalmente nueva, a la cual no podemos aspirar por nuestras solas fuerzas, sino, confiando plenamente en él. Así lo expresaba el Papa Emérito, Benedicto XVI “Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios.
Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros.”
Por la Resurrección del Señor, gozamos de la suficiente capacidad para aspirar siempre a lo mejor. En el sepulcro, han de quedar todas aquellas situaciones de odio, rencor, división, orgullos, y otras más, para dar paso a la cultura del encuentro, que incluye el amor, la solidaridad, la humildad, y todas aquellas virtudes que nos ayudan a tener confianza en el otro, para juntos construir un mundo más lleno del amor de Dios, y por tanto más fraterno.
Dejemos que Cristo Resucitado viva en nosotros, en las familias, en los trabajos, en las instituciones públicas y privadas, para que en verdad se lleve adelante la transformación tan anhelada.
Ciertamente, como Iglesia, estamos llamados a mostrar el Rostro vivo del Señor, siendo sus testigos con nuestra propia vida y el alegre anuncio de que “Él está vivo”.