El 26 de agosto de 2011 el sacerdote Enrique Rivero Hidalgo asumió la Parroquia de San Ignacio de Loyola con mucha fe e ilusión; sin embargo también vio nacer un amor a primera vista entre él y la Banda Municipal de Acosta.
“Cuando llegué el recibimiento fue con la banda. Me esperaron donde está la Fuerza Pública, me dijeron que me bajara allí, son como unos 500 metros antes del centro parroquial. Me bajé del carro y ya estaba la banda y la imagen de San Ignacio esperando para recibirme, y entramos con la Banda en un desfile hacia el centro parroquial. Yo iba con todo el ritmo, a como iban tocando ellos yo iba muy animoso, de una vez conectamos la banda y yo; para mí fue una experiencia única, porque realmente ellos lo hacían sentir a uno con cariño”, cuenta en primera instancia Rivero.
Aquella mañana fue un momento de emociones y reflexión. Cada nota penetraba en lo más íntimo del sacerdote. Y entre montañas y música, la meditación tuvo un espacio especial.
“Cuando los iba escuchando yo decía: ‘que calidad, no es cualquier grupo’. Es realmente algo muy bueno, fue algo que descubrí en Acosta de llegada, entonces apenas ya estuve instalado me puse en contacto con ellos a visitarlos y luego ofrecerles las facilidades de la Parroquia, hubo un conecte especial”.
Empero además de la calidad artística de los integrantes de la Banda Municipal de Acosta, el presbítero también descubrió la riqueza espiritual de sus directores José Manuel Mora Corrales y Julio López Zeledón, así como de los jóvenes, e incluso padres de familia.
“Es algo que descubrí en ellos, no es solamente una Machine Band, ellos tienen de fondo una espiritualidad y también por eso hubo ese conecte. Tantos sus dos directores Manuel y Julio gozan de verdad de una vida espiritual rica y muchos de los muchachos que están ahí participan de la vida de la Iglesia y están conectados, incluso tienen seminaristas. Por ejemplo, la Semana Santa en Acosta es particular, las procesiones las toca esta Banda Municipal, es la que se encarga de tocar todas las piezas que nos acompaña en las procesione, entonces no es solamente música de desfile sino marchas propiamente para una celebración religiosa. He vivido esas procesiones con ellos realmente exaltado porque era tan hermoso escucharlos a ellos que uno realmente se emocionaba. Eso demuestra una espiritualidad de fondo en estos muchachos, por eso el conecte va por un lado por el área musical y otro por el lado espiritual”.
Precisamente esa experiencia de fe en la agrupación acosteña fue la que los llevó a tomar una frase del santo patrono San Ignacio de Loyola como su lema: “A mayor gloria de Dios”.
“Es el lema del grupo, la frase de San Ignacio de Loyola, patrono de Acosta, ellos lo han tomado como el lema por el cual realmente hacen las cosas. Todo esto es para dar gloria a Dios. Realmente Dios es alabado y bendecido con lo que hacen ellos. Yo les he dicho en distintas intervenciones que cada vez que ustedes tocan una nota, cada vez que ustedes se esfuerzan, ustedes están dando gloria a Dios con lo que Dios puso en sus manos, su vida y su capacidad para interpretar tan bellas piezas, en forma tan armónica”.
Debido a esa relación tan fuerte y cercana fue imposible que el padre Enrique Rivero se quedara en suelo tico mientras la Banda Municipal de Acosta cumplía el sueño de presentarse en el Desfile de las Rosas, Pasadena, Estados Unidos, el pasado 1 de enero de 2019.
“Ahora que los vimos en el Desfile de las Rosas yo estaba filmando y llorando también; es que yo me ilusionaba en verlos en un escenario como ese. También fue la manera en que ellos se presentaron. Por ejemplo, se presentaron en el Band Fest como si hubieran estado en esa cancha de fútbol americano siempre, y en Acosta lo que tenían era una cancha de fútbol donde ellos marcaban las líneas con mecates y ellos mismos me contaban que se enredaban porque tenían que pasar de un lado a otro. A pesar de eso lo hicieron como si siempre hubieran estado ahí y a la altura de las demás bandas acostumbradas a este tipo de lugares”.
Precisamente parte del testimonio del padre Rivero es ratificar que este grupo de acosteños han sido fermento en medio de un mundo de dificultades.
“Crecieron un número y calidad. He visto como los directores iban puliendo a los muchachos y hasta llamando la atención a quienes en su momento iban como desafinando un poco fuera en lo musical o personal, porque tanto Manuel como Julio han sido como padres para estos muchachos; ellos no se preocupan solamente de que toquen bien los instrumentos sino también de su vida personal. No es solamente un grupo sino que forman una familia entre ellos, una unidad fuerte, en la cual siento que Dios está en el centro de ellos”.
Para el sacerdote Enrique Rivero definitivamente Acosta es un sitio en el cual cultivó amor y cosechó amor. Hoy fue trasladado al cantón de Alajuelita, separado de su querida Banda Municipal de Acosta por una cordillera al sur de la capital costarricense, pero unidos siempre en el corazón y la oración.
“Dios nos da oportunidades a todos nosotros para que utilicemos y desarrollemos las capacidades que nos ha dado. En el caso de los muchachos el hecho de que tienen ese don de tocar los instrumentos, la música, el integrarse y conjuntarse, someterse a una disciplina, a un esfuerzo, Dios nos da esos dones. En mi caso es la posibilidad de hacer sentir cerca a Dios cuando ellos lo han solicitado, siempre hemos buscado esos momentos de espiritualidad”, reflexiona Riveros siempre con una mirada y un tono especial cuando aborda el tema de la Banda Municipal de Acosta, y a quien les recuerda que cada experiencia es: “A mayor gloria de Dios”.